La Paradoja de la Diversidad: homogenizar y dividir en nombre de la inclusión
En los
últimos años, la defensa de la diversidad se ha convertido en un elemento
obligado de las políticas y prácticas en sociedades y organizaciones públicas y
privadas en los países de nuestro entorno.
La premisa
básica de esta defensa radica en el respeto y la celebración de la individualidad,
buscando crear entornos donde todas las personas, sin importar su origen, raza,
orientación sexual o género, puedan sentirse valoradas y respetadas.
Sin embargo,
en la práctica, la implementación de estas políticas a menudo genera una
paradoja inquietante: en el afán de promover la diversidad, se termina clasificando
e igualando a las personas y etiquetándolas sobre la base exclusiva de
características que ninguno de nosotros elegimos, como el color de la piel o la
orientación sexual.
Así, no solo
se desdibuja la verdadera diversidad, sino que se generan otras consecuencias
negativas, incluida la pérdida de responsabilidad individual.
Consecuencias negativas de la homogenización
Cuotas y representación superficial
Uno de los
problemas más evidentes de este modelo de diversidad es el fenómeno de las
cuotas. Al tratar de replicar las características demográficas de una
determinada sociedad, las organizaciones a menudo seleccionan a individuos de
ciertos grupos únicamente para mostrar una diversidad superficial. Estos
individuos, conocidos como “tokens”, pueden sentir que están siendo utilizados
para cumplir con una imagen de inclusión, en lugar de ser valorados por sus
habilidades y contribuciones únicas. Este enfoque puede llevar a la
desmoralización y a la alienación, ya que los “tokens” pueden sentir que su
presencia es simbólica y no auténtica.
Es un fenómeno
que las mujeres profesionales (de cierta edad) ya hemos experimentado cuando se
iniciaron las políticas de cuotas de mujeres y nos enfrentábamos a la pregunta -nunca
explicitada- de nuestro entornos laboral “¿Esta será de cuota o de verdad?”, lo
cual, paradójicamente, replicaba la situación que se pretendía evitar,
obligándonos a demostrar una valía profesional que a los hombres en la misma
circunstancia, en general, se les daba por supuesta.
La identidad reducida a etiqueta
La obsesión
por las categorías demográficas puede reducir a las personas a meras etiquetas,
ignorando la riqueza de su identidad completa. Una persona es muchísimo más que
su raza, su género o su orientación sexual; es un conjunto complejo de
experiencias, habilidades, aspiraciones y valores. Cuando se enfoca
exclusivamente en las características visibles y no elegidas, se pierde la
oportunidad de reconocer y celebrar la individualidad de cada persona.
Se pierde -y
esto es aún peor- la ocasión de valorar lo que esa persona ha conseguido a lo
largo de su vida, el resultado de sus experiencias, de su aprendizaje y de su
forma de vivir con todos esos elementos no elegidos. Esto puede llevar a una
visión estereotipada y simplista de la identidad, que no solo es reductiva sino
también perjudicial.
Conformidad y presión social
En un
entorno donde la diversidad se mide por categorías rígidas, los individuos
pueden sentir presión para conformarse a las expectativas asociadas con sus
etiquetas. Por ejemplo, una mujer puede sentirse obligada a actuar de acuerdo
con ciertos estereotipos de género, o una persona LGBTQ+ puede sentir que debe
representar a toda la comunidad en lugar de expresarse auténticamente. Esta
presión para conformarse puede inhibir la autoexpresión y el crecimiento
personal, creando un ambiente de trabajo o social donde la verdadera diversidad
de pensamientos y perspectivas se ve suprimida.
Por otro
lado, genera en el resto de las personas la presión por tratar a las personas
sobre la base (y los estereotipos) asociados a esas etiquetas uniformizadoras, limitando
la discusión, la crítica y la libertad de expresión en nombre de un mal
entendido “respeto”.
Ignorar la complejidad de la identidad personal
El enfoque
en categorías demográficas simples a menudo ignora la interseccionalidad, que
es la forma en que diferentes aspectos de la identidad de una persona
interactúan y se relacionan. Una mujer de determinada edad y situación
profesional puede tener muchas más cosas en común con un hombre de edad y
situación parecida que con otra mujer de una generación diferente y otro
entorno cultural.
Si no
tenemos en cuenta la complejidad de la identidad de las personas las políticas
de diversidad pueden ser ineficaces para abordar las necesidades y desafíos únicos
de las personas, perpetuando así las desigualdades que pretenden combatir y
generando nuevas desigualdades, acompañadas de una dinámica de enfrentamiento y
agravio comparativo.
Pérdida de responsabilidad individual
Además de
las consecuencias mencionadas, este modelo de diversidad tiene una implicación
particularmente insidiosa: la pérdida de responsabilidad individual. Al enfocar
las políticas de diversidad en categorías colectivas, se corre el riesgo de
diluir la responsabilidad personal de cada individuo en la construcción de un
entorno inclusivo y en la afirmación de su propia identidad respetando la de
los otros.
Delegación de responsabilidad
Cuando las
organizaciones implementan políticas basadas en cuotas y categorías, puede
surgir la percepción de que la responsabilidad de promover la diversidad recae
únicamente en los líderes o en los departamentos de recursos humanos. Esto
puede llevar a que los individuos sientan que no tienen un papel activo en la
promoción de un entorno inclusivo, delegando la responsabilidad a otros. Sin la
participación activa y consciente de cada miembro de la organización, la
verdadera inclusión se vuelve inalcanzable.
Las personas pueden volverse dependientes de políticas y reglamentos externos para dictar cómo deberían interactuar y comportarse en un entorno diverso. Esto puede inhibir el desarrollo de competencias interpersonales y culturales esenciales, como la empatía, la comunicación efectiva y la comprensión mutua. La dependencia excesiva en las políticas puede crear una falsa sensación de progreso, mientras que las actitudes y comportamientos individuales no cambian sustancialmente.
Además, las
personas pueden desarrollar iniciativas de “identificación” con ciertos colectivos,
bien por los beneficios asociados, bien por la presión de grupo, en lugar de
desarrollar y afirmar sus propias características y personalidad y establecer
sus propias prioridades y objetivos basados en su necesidades propias y no en
las del colectivo.
Una inclusión superficial
En lugar de
fomentar una auténtica cultura de inclusión, las políticas que se enfocan en la
categorización pueden dar lugar a un desempeño superficial de inclusión. Las
organizaciones y los individuos pueden sentirse satisfechos con marcar casillas
en lugar de abordar las verdaderas barreras estructurales y culturales que
impiden la inclusión genuina. Esto no solo limita el progreso real, sino que
también puede generar cinismo y desconfianza entre aquellos que son objeto de estas
políticas.
Hacia una Diversidad Auténtica
Para abordar
esta paradoja y sus consecuencias negativas, es crucial replantear cómo
entendemos y promovemos la diversidad. En lugar de centrarnos exclusivamente en
las categorías visibles y no elegidas, deberíamos esforzarnos por crear
entornos que celebren la individualidad, fomenten la expresión auténtica de
cada persona y aseguren el respeto a las personas, con independencia de su
pertenencia a uno u otro colectivo minoritario o no.
Fomentar la responsabilidad individual
Cada
individuo debe ser consciente de su papel en la promoción de la diversidad y la
inclusión. Esto implica desarrollar competencias interculturales y un
compromiso personal con la equidad y el respeto.
Implica asimismo
la capacidad de debatir, aceptar la crítica y respetar el derecho de los demás
a expresar sus propias opiniones y personalidad con independencia de los
estereotipos o los tópicos esperados.
Valorar la individualidad
Las
políticas de diversidad deben ir más allá de las categorías superficiales y
reconocer las contribuciones únicas de cada persona. Esto incluye valorar las
habilidades, experiencias y perspectivas individuales, así como ayudar a las
personas a desarrollarse de acuerdo con sus capacidades e intereses personales.
Conclusión
En lugar de
centrarse en la categorización, debemos fomentar un diálogo abierto y honesto
sobre la diversidad. Esto implica escuchar activamente a las personas y
entender sus historias y experiencias únicas.
En
conclusión, la verdadera diversidad no se logra simplemente contabilizando
categorías visibles, sino respetando y valorando la complejidad y unicidad de
cada persona. Solo entonces podremos construir sociedades y organizaciones
verdaderamente inclusivas, donde cada individuo tenga la oportunidad de brillar
en toda su singularidad y asumir responsabilidad en la creación de un entorno
inclusivo.
Música de John Dowland "semper dowland, semper dolens"
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LEC