Aniversarios

 El treinta de marzo de 1994 murió mi primer hijo, que había nacido el 20 de enero de 1994. 

Nunca llegué a cogerle en mis brazos, nunca llegué a llevarle a casa... todos los días de su vida transcurrieron en la unidad de neonatos de La Paz.

Cada año, por estas fechas, recuerdo los dos meses y diez días en los que la esperanza de cada día era poder verle y confiar en que fuera capaz de recuperarse, ir a las horas de visita para estar a su lado, coger su manita a través de la cuna aislada en la que estaba  y cantarle canciones, contarle cuentos... enseñarle muñecos y tratar de no interferir con los padres de los niños que estaban en situaciones parecidas.

Mi hijo nació con una enfermedad congénita que le diagnosticaron en la última ecografía, el 10 de enero de 1994.  

Estoy segura de que los profesionales que le atendieron en La Paz hicieron todo lo que se podía haber hecho y que sólo la mala fortuna impidió que mi peque pudiera superar las intervenciones quirúrgicas para venirse a casa, donde toda la familia le esperaba. 

Esta entrada solo pretende decir a todos los que la lean que cuando has perdido un hijo no quieres olvidar ni quieres superarlo, que, de hecho, quieres poder hablar de lo que perdiste, porque tu niño sigue vivo en tu memoria y en tu corazón. 

Que no preferiría que no hubiera nacido y que todo el amor que le di no se perdió, porque sigue conmigo.

Han pasado los años, he tenido más hijos, he sido feliz... y siempre has estado en mi corazón, Pablo. Volveré a encontrarte. 

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