Procusto, el igualador supremo

22 de enero de 2014

A finales del año pasado decidí cambiar un seguro de vida que tenía desde hace varios años y suscribir uno nuevo, con características diferentes.

Cuando contacté con la entidad aseguradora (por teléfono) para informarme, mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que, si bien la cobertura económica del seguro suponía un importe del doble del anterior, la nueva anualidad era ...¡cinco veces mayor! 

Como el tiempo transcurrido no era tanto y mi deterioro físico era desconocido para mi interlocutor no pude por menos de preguntarle el motivo de semejante incremento en la póliza y, sobre todo, de semejante desproporción respecto al anterior.

La respuesta me dejó tan alucinada que aún no me he repuesto y cuando me ha llegado el cargo bancario correspondiente, al recordarlo, he querido compartirla con vosotros, lectores. Juzgad vosotros mismos.

Tradicionalmente las pólizas de seguros de vida de las mujeres eran, para la misma edad y la misma cobertura económica, más baratas que las de los hombre, puesto que, estadísticamente hablando (y recordad, lectores, por favor, que el negocio de los seguros es estadística pura y dura) las mujeres tienen mayor esperanza de vida que los hombres.

Hasta aquí todo claro, ¿verdad? No he insultado a los hombres ni he ofendido a las mujeres. He señalado algo de dominio público y que viene siendo así prácticamente desde que los avances de la obstetricia y los antibióticos han reducido de manera drástica, al menos en los países desarrollados, una de las principales causas históricas de mortalidad femenina: el parto. (Incluso desde antes, dado el impacto de las guerras sobre el género masculino a lo largo de los siglos).

Bueno, pues en cierto momento de estos años transcurridos desde que contraté mi antiguo seguro, la Unión Europea, sin duda en algún día tedioso y aburrido del largo invierno bruselense cayó en la cuenta de semejante discriminación por razón de género y decidió ponerle remedio sin tardanza.

Yo creo que empezaron queriendo evitar que, a una misma edad la mortalidad masculina fuese mayor que la femenina... pero como eso no pudieron prohibirlo decidieron prohibir que para la misma edad e igual cobertura las pólizas fueran diferentes en función del sexo. Y claro, las aseguradoras, que son negocios y no ONGs, igualaron las pólizas... por arriba. Y ahora las mujeres pagamos igual que los hombres.

Me siento fenomenal y estoy segura de que los hombres también. De hecho me siento tan igual gracias a la Unión Europea, que he decidido pedir que, por coherencia, eliminen esas estadísticas discriminatorias en las que aparecen más hombres fallecidos que mujeres, puesto que son el origen de semejante práctica aseguradora. 

Y he decidido pedir también que eliminen las intolerables desigualdades derivadas de que sólo las mujeres podamos gestar y que legislen para que los hombres también puedan asegurar sus propios embarazos y los riesgos asociados... así estarán listos para cuando la Naturaleza remedie su (discriminatorio) despiste. 

Y siquiendo por esa senda de lucha contra la discriminación espero que las aseguradoras dejen de cobrar distinto a los abuelos paracaidistas, a los jóvenes practicantes de la inmersión a pulmón libre y a las mamás motoristas. ¡Un mismo importe para todos los asegurados, para todas las coberturas y para todos los riesgos! (Y, por  supuesto, si yo no puedo pagar el importe derivado de esta política...¡que lo pague el Estado, que es mi derecho!)

Ahora sabéis por qué he titulado esta entrada "Procusto, el igualador supremo", ¿verdad?  Un ejemplo de adónde conduce la obsesión por lo políticamente correcto y por una igualdad mal entendida. 

Aquí tenéis otro, lectores (y lectoras), sacado de "La vida de Brian", de los geniales Monty Phyton. La escena en la que los activistas del "Frente Popular de Judea" acuerdan reconocer el derecho de Stan a parir... aunque sea un hombre y no tenga útero.






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