Criar o educar

28 de septiembre de 2015

Ahora que casi se acaba el verano en Madrid y en los colegios, institutos y universidades ya han comenzado las clases de un nuevo curso, parece un buen momento para compartir dos reflexiones sobre este tema.

Hace bastantes años, cuando yo era una niña, era frecuente oír la expresión "criar a los hijos", que hoy ha caído en desuso (al menos en España). 

Es una expresión muy precisa, muy centrada en lo que durante siglos ha sido la principal preocupación de los padres: dar de comer y mantener medianamente sanos y protegidos a los hijos. La mayor parte de la población no tenía recursos materiales para mucho más y sin ese mínimo puramente biológico es difícil plantearse la cuestión de qué recursos intelectuales o morales proporcionar a los hijos.

No obstante, a poco que se pudiera, esa crianza contenía una voluntad de mejorar (el respeto reverencial por el conocimiento, el deseo de que los chiquillos aprendiesen) y un afán de conseguir el respeto propio y ajeno que solía materializarse, a un nivel muy elemental, en el carácter casi sagrado de la palabra dada.

Hoy, cuando la enseñanza ha sido asumida por el Estado, como un derecho de los niños, nadie habla ya de criar y todo el mundo habla de educar a los hijos. 

Y sin embargo, tristemente, hay muchos, muchos, padres que crían a sus hijos en el sentido más literal y limitado del término. Se aseguran de que estén alimentados, limpios y vestidos y de depositarlos a las horas convenidas en diferentes instituciones, a las que se les traspasa la responsabilidad de la educación, confundiendo enseñar con educar.

Los niños se educan, fundamental y esencialmente, en casa. Sólo en casa puede aprender un niño a respetar a los demás, a colaborar sin esperar nada a cambio, a ser generoso, a perdonar, a alegrarse con los éxitos ajenos, a ser honrado, a decir la verdad aunque no sea cómoda, a pensar por sí mismo, a poner el deber por delante de la satisfacción... sólo en casa aprende un niño a dominar sus impulsos, sus apetencias y sus rabietas.

Y un niño se educa, básicamente, a través del ejemplo: no sirve de nada pedir a un niño que comparta si ve a sus padres ser egoístas entre sí o con él mismo, o con otros. No sirve de nada reñir a un niño por mentir si no cumplimos lo que le decimos. No sirve de nada tratar pedir a un niño que recoja sus cosas si las nuestras están tiradas... No sirve de nada darle cubiertos si nos ve comer con los dedos.

La escuela puede, y debe, por supuesto, reforzar estos principios, pero en ningún caso puede suplir la tarea de los padres. La enseñanza es un derecho de los niños; la educación es una obligación de los padres.  

Está muy de moda hablar de "la educación en valores"... supongo que será porque cada vez hay más padres que piensan que así puede ser una actividad extraescolar. Y la única educación en valores que sirve es la del ejemplo diario de los padres.

Así que, si quieres que tu hijo se comporte de cierta manera, asegúrate tú, primero, de ser un ejemplo para él. Así conseguirás dos cosas: la primera, que desarrolle ese comportamiento y la segunda que te respete. 

Lo más valioso que los padres podemos dejar a nuestros hijos son, justamente, los principios. Principios transmitidos día a día, en la familia, sin charlas y sin explicaciones, con el ejemplo continuado.

En esta confusión entre educación y enseñanza hay incluso hay gente que se lamenta de que sus padres no les haya podido educar porque no tenían formación... Y no, si están sin educar es porque sus padres no tenían principios que transmitirles o porque no dedicaron tiempo a estar con ellos para transmitírselos. Cosa distinta es que -además- puedan estar sin formar.

Porque esta es la segunda reflexión de este comienzo del otoño: educar lleva tiempo. Precisamente porque se educa con el ejemplo, con la actuación en la vida cotidiana, con la convivencia diaria del niño con los padres. 

Así que, si tienes poco tiempo libre dedícaselo íntegro a tu hijo; y si tienes mucho tiempo libre dedica la mayoría a tu hijo. 

Ninguna actividad extraescolar proporcionará más beneficios a tu hijo que la educación que tú le des. Todas las aficiones que los padres tenemos seguirán ahí dentro de unos años, para que las retomemos. Los que no seguirán ahí para que les eduquemos serán nuestros hijos. Y entonces no servirá de nada lamentarnos de no haberlo hecho.


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