El relativismo moral tiene un precio...

... que tal vez terminen pagando nuestros hijos.

23/12/2014


La semana pasada he estado unos días en Marruecos, por motivos de trabajo. No voy a detallar las cosas que me sorprendieron -unas agradablemente, otras de manera decididamente molesta- pero sí quiero comentar dos aspectos que me han hecho cavilar bastante a la vuelta.

El primero de ellos la defensa de un alto funcionario marroquí de la sensatez de incluir en la reglamentación de la vida civil de aquellos aspectos de la religión (musulmana) que pudieran ayudar a orientar el comportamiento de las personas. 

El segundo la reacción de algunos europeos ante esta afirmación, al aceptar por un lado que esto pudiera ser conveniente dado que se trata de "su cultura" y, al rechazar, por otro, la hipótesis de que los valores europeos pudieran ser moralmente superiores. 

De verdad que aún no salgo de mi asombro: ¿o sea, que en Europa en general y en España en particular, hemos llegado a un punto en que por decir "Feliz Navidad" te montan un pollo, en el que por afirmar que las iglesias cristianas tienen el mismo derecho que cualquier otra asociación o ciudadano a manifestar su opinión te llaman "integrista", en el que por señalar la influencia del cristianismo (ojo, no confundir con las iglesias) en los principios de los derechos humanos te llaman "fanático" y en cambio, que al otro lado del Mediterráneo los principios de la religión musulmana dirijan las leyes -y por tanto la vida- de las personas, tanto si los comparten como si no, es perfectamente razonable?

¿O sea que el esfuerzo (y la sangre) que costó en Europa acabar con las guerras de religión, reconocer que la fe debe ser un asunto privado y que la convivencia debe asentarse en un respeto escrupuloso al derecho de los demás a rezar como mejor les parezca, incluyendo -evidentemente- no rezar, no ha servido para nada? 

¿Que ese respeto, sobre el que se basan todas las Constituciones Europeas (y que por cierto, ha permitido que inmigrantes de todas las dictaduras musulmanas se asienten en Europa y practiquen libremente sus creencias de un modo en el que ningún cristiano, ni ateo puede hacer en ningún país musulmán) no merece que afirmemos, sin ningún género de dudas, que nuestros valores son mejores? 

No confundamos las cosas: afirmar que los valores de tolerancia y respeto, de libertad de opinión y religiosa, de separación de la religión y el Estado son decididamente superiores moralmente, no significa ni que no respetemos la dignidad de quienes no los comparten, ni, mucho menos que pretendamos imponerlos por la fuerza. 

Pero sí tiene que significar que tenemos el valor de defenderlos, de afirmar su primacía, de tratar de difundirlos y, sobre todo, de no sacrificar el futuro de nuestros hijos en una sociedad en la que puedan ser libre e iguales ante la ley, a una mal entendida tolerancia, a un relativismo moral cuyo precio será, perder en unos años, por desidia, lo que tan costosamente se construyó a lo largo de siglos.

Las tradiciones no son necesariamente respetables ni por ser antiguas ni por ser mayoritarias en determinadas regiones: el canibalismo fue, en ciertos sitios y en ciertos momentos, una tradición; también la esclavitud. La ablación del clítoris sigue siéndolo. La desigualdad de las mujeres también. La pena de muerte para homosexuales o musulmanes que se convierten a otras religiones igualmente.

¿Queremos seguir mirando para otro lado y llamarlo "otra cultura"? 



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